viernes, 2 de octubre de 2009

Satchmo & The Ambassador (5 & end)

El Señor Comisario hablaba sin parar de morder la boquilla que subía y bajaba, dejando caer la ceniza del cigarrillo sobre su corbata con traba... de oro. Sólo suspendía la perorata cuando chupaba el mate que le cebaba un linyera 'demorado'.

Satchmo, ya gris, transpirando, miraba la loca escena con sus grandes ojos más desorbitados de lo habitual. Me hablaba, según yo alcanzaba a entender, de los algodonales, del Tío Tom y me preguntaba entre dientes cuándo el sheriff -como decía él- nos dejaría ir sin condena ni linchamiento. Yo le contestaba encogiéndome de hombros y de alma.

¡Y entonces se hizo la luz!

Nunca en mi vida posterior al incidente me alegró tanto ver hombres de traje negro, zapatos y medias negros, corbata negra y anteojos negros. Se parecían a los tres de C.Q.C., pero éstos eran cuatro, del FBI o de la CIA -qué se yo- y custodiaban al Ambassador de EE.UU.

El Ambassador (alto, rubio, de ojos celestes, comme il faut, pero panzón, con mejillas y cogote coloradísimos, consecuencia de cincuenta mil Budweisser), era quien había traído a Louis Armstrong al far south en gira de 'Buena Voluntad y Confraternidad Americana.'

El embajador del primer mundo no miró ni le dirigió la palabra al comisario del país bananero. Mientras agarraba el brazo de Satch, perforándolo al mismo tiempo con una mirada petrificante, le reprochó -según alcancé a entender- por la travesura "que había puesto en riesgo las incipientes cordiales relaciones de USA con los países del patio trasero, después del lamentable incidente de Braden y Perón".

Como si el Rey de la Trompeta fuese un mocoso díscolo, le dio un coscorrón en la bocha de pelo crespo. A mí me miró con asco, me farfulló "¡son of a..!", empujó al linyera del termo, al payuca cabo de guardia, a un chorrito carterista que baldeaba el patio, salió como una tromba con los cuatro gorilas de la CIA (o del FBI, qué se yo) y su presa aferrada, a los tumbos, vertiginosamente, y desapareció.

Se hizo un silencio casi huraño. El Comisario me miró de arriba abajo. Prendió otro pucho y lo colocó parsimoniosamente en la boquilla. Largó una espesa nube de humo. Suspiró melancólicamente con los ojitos entrecerrados y me dijo, casi paternalmente:

-¿Y a vos no te dió bola el gringo fanfarrón ese?

Después de un largo silencio reflexivo, que a mí se me hizo eterno, me dijo en tono cómplice: -Má' si, afirmativo, dale, rajá. ¡Guardia, sale un masculino!

-Pero pará, pará... Antes de irte, decime: ¿vos creés que se acordará de las fotos autografiadas que le pedí, el Negro Esteban éste? Mmm... si sabré yo cómo son de engrupidos al cuete estos rascatripas piojosos...



Un año después, en 1958, vino a Buenos Aires Dizzy Gillespie. Pero no lo invité a comer a mi casa.



(The end of Satchmo's maises)

1 comentario:

  1. Estuve leyendo las cinco partes de la historia, y aún estoy asombrado! Debió haber sido una experiencia sobrenatural tenerlo a Louis Armstrong en casa! Y bien hecho al no invitar a Dizzy, porque si pasó esto con Satchmo, con el otro que estaba más loco y encima era, creo, menos conocido, no sé qué hubiera dicho el comisario... ¿Cómo le va a decir "el Negro Esteban"?

    Saludos,
    Lucas

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