Cayó la tarde. Y también cayó el 'autito' de la comisaría 7ma. que nos arreó, sin parar mientes en celebridades, a los responsables del desquicio. Louis no entendía nada, y yo no tenía english suficiente para explicarle que el hot jazz, en esa comisaría del barrio de Once de la Reina del Plata, no tenía predicamento, popularidad ni privilegios.
Para completar la estrafalaria situación, mi vieja nos trajo frazadas, los siete u ocho varenikes fríos que habían sobrado y un termo con sopa tipo 'goldene iuj', por si teníamos que pasar la noche -o el resto de nuestras vidas- en cana.
Estábamos retenidos por infringir el Edicto Sobre Ebriedad y Otras Intoxicaciones (que data de 1904...). Satchmo moqueaba en créole, rogando que lo largaran, pero nadie tenía la más remota idea de su infrecuente idioma ancestral.
Para completar la estrafalaria situación, mi vieja nos trajo frazadas, los siete u ocho varenikes fríos que habían sobrado y un termo con sopa tipo 'goldene iuj', por si teníamos que pasar la noche -o el resto de nuestras vidas- en cana.
Estábamos retenidos por infringir el Edicto Sobre Ebriedad y Otras Intoxicaciones (que data de 1904...). Satchmo moqueaba en créole, rogando que lo largaran, pero nadie tenía la más remota idea de su infrecuente idioma ancestral.
Hasta que, albricias, ¡llegó el Señor Comisario!
-¿Qué los trae por aquí?- fue lo primero que nos dijo, amablemente, con cierto dejo de dulzura en la voz, como si nosotros dos hubiéramos ido en tren de visita de cortesía, por nuestra propia voluntad.
Suspiré hondo, junté fuerzas, y comencé a tratar de explicarle todo ese absurdo y surrealista paso de comedia. El Señor Comisario, de espeso y renegrido bigote bajo el cual se perdía la bombilla del primer mate amargo, me interrumpió, secamente y, autoseñalándose con un dedo de la mano derecha -que lucía un grueso anillo de oro- me espetó:
-¿Usssteeed cree, jo-ven-ci-to, que YO no sé quién es este señor, eh?
-¿En serio? ¡Qué suerte! Entonces, ¿nos podemos ir?- le contesté con un hilo de voz.
-¡Negativo!- me dijo tonante y policial, y encendió -con un Dunhill de oro a bencina- un cigarrillo colocado en una boquilla de marfil y ébano. (También con virola de oro, faltaba más.)
-De aquí no se van -continuó- sin que antes el Señorrr, al que enseguida reconocí -¡es el famosísimo Negro Esteban, el trompetista de la Jazz Savoy!- me firme unos autógrafos en fotos suyas, para unas amiguitas mías, unas chicas de la noche... (no sé si me entienden...) ¡Si nos habremos bajado botellas de champú en el Tabarís o el Chantecler, con su "tu-ru-rú, tu-ru-rú" de fondo!
Me quise morir. Yo, Leibale, el kétzale de mámeniu, ya me veía con traje a rayas, en Sierra Chica, picando adoquines acompañado por el jazzista/klezmer de color (negro), al cual no encontraba la forma de explicarle qué cuernos pasaba en esa tenebrosa Sala de Guardia del guetto más austral del mundo. ¡Hasta donde había llegado el largo brazo del Ku Klux Klan!
(Continuará)
-¿Qué los trae por aquí?- fue lo primero que nos dijo, amablemente, con cierto dejo de dulzura en la voz, como si nosotros dos hubiéramos ido en tren de visita de cortesía, por nuestra propia voluntad.
Suspiré hondo, junté fuerzas, y comencé a tratar de explicarle todo ese absurdo y surrealista paso de comedia. El Señor Comisario, de espeso y renegrido bigote bajo el cual se perdía la bombilla del primer mate amargo, me interrumpió, secamente y, autoseñalándose con un dedo de la mano derecha -que lucía un grueso anillo de oro- me espetó:
-¿Usssteeed cree, jo-ven-ci-to, que YO no sé quién es este señor, eh?
-¿En serio? ¡Qué suerte! Entonces, ¿nos podemos ir?- le contesté con un hilo de voz.
-¡Negativo!- me dijo tonante y policial, y encendió -con un Dunhill de oro a bencina- un cigarrillo colocado en una boquilla de marfil y ébano. (También con virola de oro, faltaba más.)
-De aquí no se van -continuó- sin que antes el Señorrr, al que enseguida reconocí -¡es el famosísimo Negro Esteban, el trompetista de la Jazz Savoy!- me firme unos autógrafos en fotos suyas, para unas amiguitas mías, unas chicas de la noche... (no sé si me entienden...) ¡Si nos habremos bajado botellas de champú en el Tabarís o el Chantecler, con su "tu-ru-rú, tu-ru-rú" de fondo!
Me quise morir. Yo, Leibale, el kétzale de mámeniu, ya me veía con traje a rayas, en Sierra Chica, picando adoquines acompañado por el jazzista/klezmer de color (negro), al cual no encontraba la forma de explicarle qué cuernos pasaba en esa tenebrosa Sala de Guardia del guetto más austral del mundo. ¡Hasta donde había llegado el largo brazo del Ku Klux Klan!
(Continuará)
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