domingo, 4 de octubre de 2009

Gelbard: de Klezmer a Minister (1 de 2)

Un cuasi cuento histórico/testimonial
acerca de "El Pastrom y su incidencia
en la Macro Economía
Setentista Argentina"


José Ber subió a trancadas los tres escalones de mármol desgastado, empujó la puerta vidriada, y apartando la cortina antibichos -esas grisáceas tiras de plástico, otrora multicolores- entró con imponencia.
Ya dentro del oscuro salón de paredes azulejadas, frotándose los ojos para ver mejor luego de la resolana exterior, pudo sentir la brisa del par de viejos ventiladores. Oscilaban peligrosamente, pendientes del altísimo techo con parciales molduras de yeso sobrevivientes.
Abajo, en la calle José Evaristo Uriburu al 400, el Ministro Gelbard había dejado de guardia, rodeando los autos oficiales y mirando recelosamente hacia todos lados, a ocho gorilas de bigotazos más negros aún que los Ray Ban con que ocultaban sus ojos. Todos, con la consabida cara de tujes, blandían intimidantes Itakas.
Al Ministro lo acompañaba su hijo, que no se había sacado todavía el saco esmoquin verde loro y el moñito ídem , ni los pantalones, camisa, cinturón, medias y zapatos blancos que eran de rigor por contrato -mucho más importantes que las virtudes musicales- para tocar el piano en la jazz del trompetista Joe Mazzeo, "Il Pistone Cubano", en la matinée de la Confitería Cabildo, en Corrientes y Esmeralda.
-¿Nú, Don Josei? ¿Cómo va la económie?- saludó Don Szmedra, semioculto detrás de la antigua caja registradora plateada, con molduras, 'National' de 1914, mirándolo por encima de los anteojos, y maldisimulando su fastidio por haber tenido que interrumpir la sacrosanta lectura cotidiana del 'Ídishe Tzaitung'.
-¿Nú, cómo va ir? ¡Vá, vá! ¡Ahí va, tirando!- fue la sesuda respuesta de José Ber, el Señor Minister.
La Señora Szmedra se vino desde el fondo portando la enorme y humeante cacerola donde flotaba el pastrom caliente, consagrado fiambre especialidad de la casa desde tiempos inmemoriales, por el cual acudían en peregrinación y con unción, judíos de todos los barrios. Doña Szmedra parecía la musa inspiradora, la vestal, la inventora del pastrom, única dueña de todos sus secretos.
-Va'tener que'sperar, Minister... Hay gente, ¿vio?, y encima, le voy a decir -¡oy vey!- que estos padriastros en los dedos me vuelven mishigue, ¿vio? Menos mal que se me alivian con el agua caliente, cuando meto la mano para sacar el pastrom de la olla, ¿vio? Además, allá en el fondo, en la cocina, estoy con dos alumnas. Le'stoy 'señando los secretos del pastrom genuino a Nucha y Miriam Becker. Pero son meidalej muy jovencitas, casi nenitas...
-Tiempo es lo que me sobra, mámele. -se sincero José- Mientras, mi íngale Fernandito va a tocar algo que le va a gustar, dedicado a esas manitas que saben hacer tan rico pastrom, así se le alivian...
"Del salón en el ángulo oscuro, de sus dueños tal vez olvidado, silencioso y cubierto de polvo, veíase el piano." *
Fernandítele se acercó cautelosamente a ese megaterio sobreviviente de mejores tiempos, pre-Madoff, cuando ahí se celebraban costosos jásenes, y toda clase de eventos.
"¡Cuántas notas dormían en sus cuerdas, como pájaros que duermen en las ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas!" *
El lúgubre y cariado teclado de marfil -ya color marrón panteón- parecía que iba a morder a Ferni. Acercó al catafalco una desvencijada silla de caño renga, se sentó ladeado, sobre sólo un cachete del tujes, y tocó (¿éso era tocar?) como le dio el cuero, "A Ídishe Mame".
"¡Ay!, pensé: ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma!" *
Nuestro joven virtuoso, como si la veterana y cachuza ex-pianola fuera el bíblico Lázaro, y él un Cristo redivivo, le dijo con su esmirriada música, desde el asiento rengolai:
"¡Levántate y anda!" *
La pianola no se levantó ni andó.
(Continuará)





1 comentario:

  1. Leo, se me escapo un lagrimon al leer tu relato.
    No solo es exacto desde el punto del vista historico, sino que nos deja bien a Papà y a mi.
    Ni siquiera en el libro "El Burschtgreps Maldito" se dicen las cosas con tanta exactidud.
    Tuyo en el recuerdo, Fernando Gelbard

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