La orquesta se partió en dos. Una mitad de los klezmer bajó con todos sus bártulos al subsuelo para amenizar la cena y se ubicó a los empujones en un rincón, sin tarima, sin piano, sin micrófono, sin nada. La otra mitad quedó en el salón principal, para que 'la juventud' bailara baiones y bugui-buguis, rumiando de hambre. 'Bill Haley y sus Cometas', -con el novedosísimo 'Rock del Reloj'- eran la nota moderna.
Entretanto, en las mesas ya no quedaba ni un pancito, ni rastros del rojo jrein picante. Por eso, 'Leven anclas', la marcha ejecutada con tutti por los klezmer, sonó como trompeta celestial. Celestial era el aroma a cebollita frita del pescado al horno y el guefilte fish que traían en alto los mozos en fuentes humeantes, marchando marcialmente enfilados.
Espiando por la puerta de la cocina, frotándose las manos en el fartej, el delantal, las obesas cocineras, las sarvern, festejaban la unánime aprobación a sus creaciones. Enseguida corrían a dar el último toque a los canelones 'a la Rossini', antes de que se quemaran.
Sin suspender la masticación, con la boca llena, los concurrentes coreaban las viejas canciones, pero también las nuevas que se habían incorporado después de la Guerra Mundial, la "Shoá", y la creación del Estado de Israel. Partizaner Himn, Haganah March, Hava Naguila o el himno Hatikva. Luego vino 'Granada' de Agustín Lara, que siempre era un éxito cantado. Cantado por un macizo tenor de esmoquin y bigotito. A voz en cuello, sin micrófono, para que se pudiera apreciar su potencia vocal.
Durante el respiro hasta el segundo plato, los comensales releyeron por enésima vez el Menú. Textualmente: "Primer plato: pescado relleno y/o al horno, con jrein, Segundo plato: canelones alla Rossini. Tercer plato: Cuarto de pollo al horno y/o hervido, con farfalej. Postre: Cassata de Saverio. Café con petit fours. Brindis: Torta de Bodas con sidra La Farruca. Bebidas: Bilz, naranjín, soda, cerveza, vino fino Vasco Viejo blanco y tinto, ginebra Bols y licor 8 Hermanos."
Duvedl Raijerman, un kaptzn laburante al que por fin habían invitado a un casamiento, hoy justo tenía dos en la misma noche. Él y su famélica familia embuchaban desesperados, pero sufrían pensando en que, quizá, les hubiera convenido ir al otro casamiento, donde sería mejor el menú. Pero en todas las fiestas el catering era idéntico. Sólo, y pocas veces, eran otras las marcas del helado y la sidra.
Es por esto que el viejo refrán dice: "Mala suerte es la del judío pobre al que invitan a dos casamientos en la misma noche. Y, para peor, tiene que hacer dos regalos..."
Ya al servir el pollo iban trayendo la casatta porque se estaba derritiendo. Para ganar tiempo los mozos urgían a los del primer turno, porque se les venía el recambio de fresers. Las sutiles exhortaciones no surtían efecto. Los novios iban retirándose. No todos captaban la onda, haciendo una odiosa sobremesa fumando. En ese caso los mozos retiraban los manteles manchados de jrein, vino y salsas varias. Los sacudían ahí mismo, los extendían de vuelta, y justificaban: "No vale la pena cambiarlos. Los jóvenes quieren comer ya. Un mantel shmutzik no les importa ni medio..."
De regreso en el salón principal, -con escala intermedia en el toilette- las señoras con complicados peinados construídos a fuerza de ruleros y fijados con cerveza, (desde la mañana con un pañolón para poder salir a la calle...) ya estaban a punto de explotar. Aflojaban las fajas efecto photoshop y se sacaban, con suspiros de alivio, los zapatos taquito aguja nuevos, forrados con la misma tela de los vestidos de lamé dorado. Al rato, descalzas y bufando, reprendían infructuosamente a los infantes sudorosos que pateaban chapitas corriendo por el salón de punta a punta. Los vencía el cansancio, con las mejillas coloradotas y el pelo desgreñado. Los monstruítos, vestidos de camisa con alforzas salida del pantalón corto de pana con tiradores, moñito hecho un colgajo y medias caídas, eran puestos a dormir entre dos sillas thonet de esterilla, ahogados por el tapado de nutria salvaje de la madre. Los raspadísimos zapatos de charol recién estrenados quedaban en el piso lleno de servilletitas de papel enchastradas, canapés mustios medio mordidos y puchos aplastados.
Los padrinos y los familiares, que habían alquilado un sofocante esmoquin en Casa Martínez, iban abriéndose el maldito cuello duro.
Todos juntos ahora, los klezmer tocaban tijeras, polkas y, en un alarde de modernidad, 'La Cafetera' de Nicola Paone, 'Salud, Dinero y Amor' y 'El Bugui de los Patitos'. Los fueyes, 'El Choclo' y 'Por Cuatro Días Locos', el best seller de Alberto Castillo.
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