jueves, 19 de noviembre de 2009

La leyenda de "The Klezmer Singer" (1)

-Les digo la pura verdad, muchachos:
yo me lo comí...- dijo melancólicamente Mordjele Brentshtein. Corriéndose el sombrero para atrás, se inclinó para tomar un sorbo del hirviente tei con límene que le había traído el cansino mozo del "Bar Comercial".
Se quemó la mano izquierda con el vaso de vidrio finito con guarda griega que había alzado, como se acostumbra, con su dedo gordo en el borde y el dedo medio en la base. Se le cayó el cuadrito de azúcar que había puesto en la comisura de los labios para tomar 'a la rusa', prikusky, y se bañó con té.
-¡Menos mal que me mojé el pantalón y no me incineré la gola! ¡Esta noche tengo, por fin, una ceremonia en el Italia Unita!
Manolo, el veterano mozo callorda, habituado a esos percances, le alcanzó su ajetreado repasador para enjugar el estropicio. Don Alter Parkovsky, el dueño del 'Comercial', dejó por un momento la alta banqueta/trono detrás de la caja, y acercó su voluminosa humanidad hasta la mesa ubicadad bajo el gran ventanal.
-¿Nú, Marquitos? ¿No quiere Pancután? ¡Traele, Moñoel!
Mordjele, el pelirrojo, -por ello bien apodado 'El Roiter'- estaba sentado en la mesa de siempre. La de los tres cantantes, los tres jazunim, cantores litúrgicos sin sinagoga propia. Sobrevivían con algunas ceremonias de casamiento en salones de fiestas, bajo jupás. Eran temblequeantes tolditos portátiles con seis lamparitas mignon, (una en cada punta de la Estrella de David bordada en el techo) sostenidos los cuatro palos por voluntariosos con kipá. El acompañamiento musical estaba a cargo de los klezmer de turno. Dificilmente se ponían de acuerdo en los tiempos o tonos, pero esa era una cuestión menor. Lo fundamental era "Empezar y terminar juntos. Lo del medio no le importa a nadie", como aseveraba el ingenioso y escéptico director inglés Sir Thomas Beecham.
Su otro rebusque era caminar -cantando quejumbrosamente 'a capella'- hacia las tumbas, encabezando desgarradoras comitivas familiares. Sí: eran también 'muleros', es decir, rezaban 'mules', oraciones por los difuntos. Iban vestidos con tétricas capa y mitra negras, con cara de circunstancias, en el "Triángulo de las Necrópolis": Tablada, Ciudadela y Liniers.
Superado el incidente del té abrasador, Brentshtein reanudó la charla interrumpida con sus dos cabizbajos jóvenes colegas.
-Yo me lo creí cuando el chanta ese de la Cooperativa me dijo que proyectaban construir varias sinagogas. Ahí seguramente tendríamos laburo fijo. Pero ya es tiempo de darnos cuenta de que eran piste maises, puros cuentos.
Leibl, el de la voz de bajo, cariacontecido dió su opinión: -Esto no va más. Llegó el momento de largar todo, y a otra cosa. Mi suegro insiste para que deje estos foile shtik, estas pavadas, y vaya a su sedería. Y voy a ir, má'sí.
Se produjo un hondo y cruel silencio huraño, que quebró tímidamente Reuben, el único de los tres que había terminado el Seminario.
-Tengo una idea, muchachos-, dijo y esperó a que le prestaran oreja.
-¿Vus?- le interrogó Leibl mientras prendía un Fontanares sin filtro.
-¿Y si en lugar de ceremonias en jásenes de mala muerte nos dedicamos a lo popular? Pero en trío ¿eh? Los tres juntos.
-¿Estás mishigue, vos?
-No, en serio che. Preparamos Beltz...Royinkes...Papirosn...Zug far vus, qué se yo. Cinco o seis más, a tres voces, y vamos a la radio, a la Ídishe Shu. Peor no vamos a estar, y por lo menos seguimos en la música y ganamos unos mangos haciendo shows en fiestas.
Se miraron los tres, pensativos. A los pocos minutos uno de ellos exclamó eufórico: -¡Manolo, traé tres biskys (sic) con hielo para brindar! ¡Y anotalo!
Pasaron un par de semanas eligiendo el repertorio. Tres ensayando. Otro par discutiendo el nombre y, por fin, parieron "The Klezmer Singer". (-Che, con ese nombre ¿no creeran que vendemos máquinas de coser?-, fue lo único que objetó Mordje).
(Continuará)

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