¿Qué menos para su groiser butz pero tan sheiner íngale? Yo era alto pero así, disfrazado, parecía un clown enano..
Me tomaron la típica foto sepia con todos los adminículos puestos. Con las orejas totalmente coloradas, apantalladas por el corte media americana, peinado con Glostora, apoyado en una columna de madera del afamado estudio de Schein & Bianchi. Se hicieron copias encarpetadas para envío a (y envidia de) los parientes de Eretz Israel, Brooklyn y Tartagal. Todo lo mejor de lo mejor.
Únicamente me faltaba memorizar mi discurso de circunstancias: "Joshuve fraint un umzístzike fresers, etc.". Lo iba a recitar en ídish como un loro -no sabía lo que decía-, luego de la ceremonia en el Shnaidersher Shil, la sinagoga de la calle Lavalle, al lado del colegio Quintana, mientras los diez gerontes integrantes del cada vez más raleado grupo de rezos de las 7 a.m. engullían los knishes de papa y el leikaj de miel -caseros, obvio- y agotaban el shnaps de la ineludible botella de ginebra Bols. Concluido el tocante ritual, ya era yo un judío genuino, hecho y derecho. Al sábado siguiente canté en un casamiento, cambiando la corbata por un moñito, pero ya no como nene prodigio sino como un shmok con voz finita en vías de cambio.En Plaza Once, cercana a mi casa, en la Recova del Hotel Marconi fui a comer mis amadas empanadas fritas. Y como ya era grande, acompañadas por vino moscato. Una empanada, dos, y en la tercera la fatalidad. Había olvidado que ésas eran las que se llamaban "empanadas de pata abierta"
, porque chorreaban la grasa veterana en que habían sido fritas. En la tercera de carne picante, obnubilado por los efectos del segundo moscato, bajé la guardia. Mordí con energía la maledetta empanada, y saltó esa grasa infame hacia la solapa izquierda del flamante e inmarcesible traje azul tsunami, casi al lado del bolsillo de donde asomaban las rígidas cuatro puntas almidonadas del pañuelo blanco.
.¿Cómo podía volver a casa y enfrentar así a mi mámeniu, que con tantas privaciones y sacrificios (como ella decía) me había comprado ese portento de elegancia?
Fui al baño. Sólo restaba un trocito.
.Mi mame, en medio de imprecaciones en ídish y lágrimas también ídishes, amputó sin compasión las dos solapas y convirtió el saco en una especia de cárdigan, que nunca llegué a usar, aunque ella insistía.
(Collages: L.V. - Se autoriza su reproducción)

















