jueves, 10 de diciembre de 2009

A Mamita la queremos tanto... (2)

Visitar a los Idersca en la tétrica casona que alquilaron en Hurlingham, adonde los chantas lobbystas decían que se mudaron buscando aire puro para Mamita (en realidad, huyendo de los acreedores de la City), era para mí todo un acontecimiento. De niño aún, siempre envidié a quienes tenían parientes, y se visitaban. Cuando mi viejo no tenía que tocar en un picnic dominguero viajábamos cargados de viandas, -por si acaso, para no correr la coneja- en un primer colectivo, luego el tren y finalmente otro colectivo, destartalado. Íbamos a pasar el día en el aguantadero donde el trío oficiaba el rito de adoración a la marmórea Mamita. Era un sucedáneo ilusorio de familia.
En mi primera curiosa recorrida guiada por la casona en herradura, con porche y vitraux, pregunté inocentemente dónde dormía cada uno.
-Aquí, Raquelita con Mamita, aquí el Flaco y yo.- me orientó el Gordo. Restaba una habitación al lado. -¿Y ahí, quien duerme?- inquirí.
Fría, seca respuesta: -La muchacha.
Por mi sempiterno e impredecible tic, guiñé un ojo al tío. Él interpretó mi guiñada como una picardía cómplice, y en ese mismo instante me bautizó, sin yo saberlo, como "D.D.S.A.".
Me enteré -treinta años después- que esa sigla significaba que yo era el "Degeneradito De Seis Años".
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A pesar de tantos cuidados, Mamita perdió la vista totalmente, por las cataratas, a los setenta años. A los ochenta y cinco se encaprichó en que antes de morirse quería ver cuánto habían crecido sus pichoncitos en esos quince años. Enfrentó valientemente los riesgos de la operación de uno de sus ojos, el izquierdo. Sobrevivió, y al abrir ese ojo operado, la tuerta venerada exclamó eufórica y en tono heroico:
-"¡Ya puedo morirme tranquila, hemos vencido al enemigo oculístico! ¡He visto nuevamente a mis bebés!"
Sobrevivió diez años más, con un parche a la Moshé Dayán tapando el ojo derecho.
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Entre los cuatro lo habían pactado solemnemente muchos años antes. Mamita o cualquier otro de sus tres 'bebés', al fallecer, sería cremado.
Y un día, a los noventa y cinco años, Mamita se murió.
Era venerada por sus acólitos como si fuera una Virgen en su altar, pero parece que no era inmortal.
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Era tarde cuando llegamos a la Chacarita. El crematorio estaba ya cerrado. El ataúd quedó en el freezer del depósito de cadáveres.
Volvimos al día siguiente, temprano. Abrieron el cajón para que un testigo -¿quién si no yo?- dijese balbuceante, impactado por el macabro espectáculo: "-Sí, sí, es la nuestra". El catafalco fue directamente a la flamígera y siniestra boca del horno, despertando en mí el recuerdo de los símiles nazis.
Los deudos esperábamos afuera. Ahí, el rechoncho tío Bernardo me asfixió con su brazo sobre mi hombro y cuello, mirando ensoñadoramente con su cara coloradota hacia arriba, hacia la chimenea humeante. Señalándomela, sentenció con voz grave; "-¿Ves, Leoncito, ese límpido humo? Es el alma purísima de Mamita que va hacia el Cielo".
Hice ingentes esfuerzos para distinguir el Alma Voladora. Sólo vi humo, nada más.
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Mi novia sí que tenía parientes. De toda clase, como para regalar. Abuelos, tíos, primos.
De los de verdad. No había comparación posible. Pero, para que comprobara que no soy de gajo, la llevé a conocer a mi exótica y absurda especie de familia. Peor era nada.
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Melancólico domingo por la tardecita. Se venía el lunes, y encima garuaba. Íbamos a tomar el té en el antiguo y descascarado departamento de Beruti, con medio kilo de masa secas de la confitería 'El Cañón' y media docena de rosas del kiosco. Planta baja, al fondo. Allí vivían los hermanos Idersca desde que se quedaron solos y en la vía.
-¡Chicos, chicos, vengan! ¡Leoncito trajo a Bettyta!. Raquelita agradeció las rosas que llevamos y las dejó a un costado, sobre el mármol
rajado del viejo aparador bombé Luis XV. Con sus tranquitos silenciosos nos llevó de visita guiada por el oscuro bunker. Repitió, sin saberlo, la misma cantilena de mi infancia: "-Aquí duerme la muchacha...". Pero esta vez la que guiñó un ojo fue la tía.
"-Me hago la que no veo cuando trae algún novio a dormir con ella. Así le pago poco y no se me va", dijo con tono pretendídamente pícaro.
Formalmente sentados todos alrededor de la mesa del comedor cubierta con mantel de ñanduty y sobremantel de plástico cristal -al igual que las fundas de las sillas de pana raída-, me preguntaron con tono compasivo si mi viejo seguía siendo simplemente un klezmer. Como si ellos fueran Rothchilds y vivieran como tales, se dibujaron muecas misericordiosas en sus caras.
Les aclaré, conteniendo mi irritación, que él sí, hasta el fin de sus días, y que yo también seguí su profesión de klezmer.
-¿Cómo? ¿Falleció y no nos avisaste?-, dijeron a coro, hipócritas y escandalizados.
-Es que sabíamos que a ustedes los cementerios en general, y Tablada especialmente, les provocaba urticaria mística-, fue mi respuesta.
Antes de servir el té, Raquelita se acordó de las flores, y las mencionó. El Gordo propuso: -Andá, lleváselas a Mamita, sabés que siempre le gustaron. El Flaco subió la apuesta: -¡No señor, es injusto! ¡Mejor la traemos a Mamita aquí, así participa de toda esta alegría!

Entre los aplausos temblequeantes de los tres vejestorios, mi premonitorio espanto, y la estupefacción de Bettyta, Raquel trajo de su dormitorio la urna de bronce con las cenizas. La ubicó en el centro de la mesa, justo en el medio, -entre las masas secas y las de crema- colocó cuidadosamente las flores casi mustias envueltas en papel manteca encima de la tapa labrada, procurando que quedaran en equilibrio sin tocar los ya veteranos y alabeados sándwiches de cocido y queso, y proclamó: -¿No es una suerte, chicos, que podamos tener a Mamita aquí para siempre con nosotros y, sobre todo para alegría de nuestros queridos familiares?
(Continuará)
Collages y dibujos: L.V. Autorizada su reproducción.



1 comentario:

  1. Leibl, sensacional!!!!!! Me hiciste acordar a la casa de mis abuelos en Tucuman. Mi abuelo habia fallecido y quedaron los schlemires de mis tios a cargo del negocio "Casa Haskel" que fabricaba sellos de goma. Un dia vino el imprentero Pushkin (tenia su imprenta a la vuelta) con un tipo que vendia terrenos en cuotas..(no habra sido Idersca). Compraron un par de terrenos baratos en Cordoba. Pocos anios despues fueron a verlos y eran verticales....(no pagaron mas las cuotas)---Un abrazo, Fernando Gelbard, poeta frustrado

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