miércoles, 2 de diciembre de 2009

Berl, el Bardo de Santa Fe y Córdoba - 1

En todos los medios de la farándula, Paparazzi, Gente, Pronto, Caras, fue titular de tapa:
"En la cúspide de su carrera, ¿se retira Kleiner Kernisht?"
¡Qué bardo armó el Bardo! ¿Por qué optó por el canto litúrgico?
Esto es intrigante como un culebrón mejicano. Para entenderlo comencemos, entonces, por el principio.
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Berl, (como es de público conocimiento, éste es su verdadero nombre) nació en Santa Fe, pero al mudarse su familia a los salutíferos aires de Córdoba se le pegó la tonada hasta al chapurrear el ídish que se hablaba en su casa. Fue, decididamente, el más mimado de todos los hijos de los Mishnisht. Como era el menor de siete hermanos, tuvo dieciseis ojos puestos en él. Todos, embobados, lo miraban en la cuna, donde dormía rígido, fajado totalmente como era costumbre en esos tiempos.

Aunque muy raramente le sacaban afuera las manitos, casi todos vaticinaban que sus dedos eran los de un futuro gran pianista. Lo esperaba una exitosa carrera, decían. Sería un Concertista -con mayúscula- para superar a Arturo Rubinstein.
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El único discordante con esos augurios era su hermano Shmilikl, Tambor Mayor de la "Little Marching Brass Band of San-Cor". Decía que esas manitos, sumadas a los también ocultos piecitos, tendrían la habilidad necesaria para tocar simultáneamente el tambor, el bombo y los platillos como un émulo de Gene Krupa. Él, Shmilikl, le enseñaría.
Era tal su ansiedad que volcó su nutrida experiencia, ante la eventualidad de perder la memoria, en un completísimo y didáctico "Manual de autoaprendizaje para el baterista moderno. Sin profesor, sin música, sin instrumento, sin nada".
Se lo dedicó, premonitoriamente, a su hermanito menor, pero también fue un sorprendente éxito editorial, best seller en "El Palacio del Músico", de 'Mauri Percán & Black Goy S.R.L.'
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A los cuatro o cinco años creyeron que ya era tiempo de dejar de fajarlo. Berl, hasta ese momento un auténtico niño envuelto, emergió como mariposa de su oruga y, chueco como era, empezó a gatear en zig-zag, tipo modelo en pasarela. Fue Shmilikl quien entonces empezó a fajarlo. Berl le rompía los veitzim y también le rompía los parches.
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Su padre, Don Avrum, recorría esforzadamente las provincias aledañas a Córdoba vendiendo calzado Gomicuer y galochas. Cuando agregó al muestrario unos puntudos zapatos acordonados, de charol, a dos colores fluorescentes combinados y altos tacones -sobrios y discretos-, le dio un par a Berl para que se los domara. En esos tiempos, 'domador de zapatos' era un oficio equivalente al 'paseador de perros' actual. Esos zapatos tangueros iban a marcar a fuego la inclinación musical de su hijo.
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El nene comenzó a obsesionarse con el tango. Así fue como se aprendió unas cuantas letras escuchando en la victrola los 78 rpm de pasta de Gardel, Corsini y Magaldi. Y se largó a cantar tangos donde lo dejaran. Comenzó con "Remembranzas", contra las sufridas visitas, para lucimiento de su familia.
Leía vorazmente y memorizaba "El Alma que Canta", el "Cantaclaro" y cuanto cancionero shomería caía en sus manos.

Olvidó estudiar piano. Compró en un remate, por dos guitas, una tumbadora antediluviana, achacosa y con los herrajes oxidados, para acompañarse en los ritmos de milonga-candombe. De paso, para amortizar su adquisición, disfrazado con una deshilachada guarachera amarilla y fucsia, tocaba ese parche rasposo con
unos rejuntados locales: "Don Pertussio, su Verdulera y su Orquesta de todos los Ritmos". Fue el mismísimo 'Rengo' Pertussio (así bautizado por sus fans, por obvias razones) quien le presentó a la que sería su primera novia, una morocha rumbera, rara mezcla de Blanquita Amaro y Abbe Lane del subdesarrollo, chihuahua incluído. Enganchadísimos, decidieron probar suerte juntos en 'La Gran Ubre Porteña'.
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Entre lágrimas y suspiros, su mameligue le dio tres gruesos pulóveres tejidos por ella, dos bufandas a rayas, cuatro sándwiches de milanesa para el camino y los consabidos consejos: "Comeme bien, Bérale. Cuidate al cruzar la calle, me dijeron que en Buenos Aires manejan como el tujes. Abrigate. No te me resfriés. Llamame todos los días, main íngale.
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Buenos Aires recibió a la rumbera trucha y su acompañante con la habitual indiferencia. Ellos no acusaron recibo, pero al par de semanas los echaron de la mistonga sionpen adonde habían ido a parar. Minga de dúo tropicaloide. Ella se fue, como era su inexorable destino, a hacer copas en el "Ocean Dancing" de Leandro Alem, y él a cantar tangos en un boliche rante llamado "Boedo" ubicado, claro, en Boedo y San Juan. Había tanto beodo en Boedo, haciendo un infernal batifondo, que Berl, sin micrófono, se desgañitaba al cuete.
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Una de esas míseras y esperpénticas noches densas de humo y vahos etílicos, cayó al boliche un cajetilla a la gomina. El bacán de triple apellido campestre, mientras hacía ingentes esfuerzos para llegar a una curda digna de competir con los habitués, con ojos sanguinolentos y lengua pastosa, para no caerse se abrazó a Berl y le dijo al oído: "-Só'un desperdicio'vó, con la gola que tení, hic. ¿M'entendé'vó? ¡Yo te voy'hacé triunfá, hic!". Al día siguiente, como pudo, aún con flor de hang over, lo llevó al primer canal de TV -en blanco y negro- recientemente inaugurado, para recomendarlo. Era verdad que el tarambana tenía influencias como para acomodarlo: lo acomodaron en la claque de aplaudidores/reidores...

Con su fascinación de buen pajuerano, en los ratos libres recorría el canal para ver a los famosos de 1952. Hasta que un día, venciendo su timidez, agarró por las solapas en un pasillo al productor de Tropicalísima y ahí, a capella y de parado nomás, se la zampó. Le zampó "Pobre mi madre querida", (obvio homenaje a su mámele que había quedado allí, en su James Dean Funes querido).
El productor resultó ser un pariente de Don Jaime Yankelevich, el dueño del canal. Por lo tanto, al ser de la cole, le cayó eufónico el apellido Mishnisht. Y vino la consabida pregunta:
-¿Algo en ídish, algo klezmer, sabés?
-Y, no...Yo canto tangos...- contestó Berl, amoscado.
En ese mismo instante, milagrosamente, acudió a su memoria "Fumando espero", en la versión en ídish del Bardo del Once, el Negro Derasner: "Mit a tzigar in hant". Empezó a balbucearlo, e inmediatamente advirtió la cara embelesada de su paisano. Ahí se iluminó: su futuro estaba en el ídish, en la música klezmer. Aunque fuera con tonada cordobesa...
(Continuará)
Collages: L. V. Se autoriza su reproducción.

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