viernes, 11 de diciembre de 2009

¡Mamita, Mamita, Mamitaaa! (3, fin)

Con la turbadora omnipresencia de la espeluznante urna, la lluviosa y gris tarde de domingo languidecía entre apolillados recuerdos, prescindibles anécdotas y desteñidas fotos del álbum de Mamita que sacaron del aparador.
Estaba forrado con manoseado símil Cuero de Rusia, y ornado con un título en letras góticas que alguna vez fueron doradas.
La carátula gritaba : "¡¡¡Mamita Querida!!!. Así, con tres signos de admiración.
Yo miré de refilón el reloj. El Flaco, suspirando ante una amarillenta foto sepia sujeta con esquineros dorados sobre la cartulina gris cubierta con papel araña transparente, comentó emocionado:
-Y lo suave que era el cutis de Mamita...

Desprevenida e ingenuamente, mi noviecita abrió la Caja de Pandora. No tuvo mejor idea que preguntar: -¿Era muy suave?
Para qué. Rojo de indignación, el Gordo les bramó a sus hermanos:
-¡No podemos privar a esta chica de saber, de palpar, cómo era el cutis de Mamita!
Rauda y diligente, Raquelita trajo del siniestro vientre de su dormitorio una blanca mascarilla mortuoria de yeso. No, no era la clásica de Beethoven, la de las clases de dibujo.
Entre temblores y transpiración fría reconocí las inconfundibles facciones mofletudas de aquella cuyas cenizas estaban ante y entre nosotros.
-La mandamos a hacer como último recuerdo cuando la perdimos, para acariciarla todas las mañanas, y especialmente para estas oportunidades. ¡Tocá, tocá m'hijita, no te lo pierdas, tocá qué cutis!
El Gordo aferró el brazo agarrotado de la pálida y aterrada Bettyta. El Flaco colaboró acercando la mano de mi novia a la tétrica mascarilla post mortem, para que la rozara con sus dedos temblorosos. Raquelita observaba la tierna escena con mirada beatífica y las manos entrecruzadas. Y a mi, estrangulada la voz, me sacudían más y más escalofríos.
Los Idersca estaban todos, los tres lunáticos gerontes y la esperpéntica difunta, sonriendo ominosamente. Tal cual, como si fueran patéticos remedos de la Adams Family.
...
En los '60, Betty A., a pesar de haber conocido esos parientes, se casó conmigo porque yo era klezmer.
Veinte años después, en los '80, Betty M. escuchaba pacientemente una y mil veces esta necrófila historia. Pasados ya 30 años, aún no me pidió el divorcio. Increíble.
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Collages y dibujos: L.V. Autorizada su reprodución.



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