lunes, 23 de noviembre de 2009

Mi traje de Bar Mitzvá...

...fue mi primer smocking de Klezmer

Corrían los '40. Yo estaba por cumplir 13, y desde los 6 ó 7 cantaba con la orquesta klezmer de mi viejo, que me presentaba descaradamente como un nene prodigio. Una especie de "Pierino Gamba" del subdesarrollo. De pantalón corto y cortas condiciones musicales...
.Mi mamá me llevó a 'Becrom', la sastrería -en esa época- de onda. Estaba en Corrientes y Larrea. Allí ella eligió el primer traje de pantalón largo para su barmitzve bujer, para que lo luciera en la trascendental ceremonia de transición a la mayoría de edad. Y, de paso, que luego me sirviera para aparentar ser, ya, un klezmer dendeveras.
Azul eléctrico, cruzado seis botones, rutilante y enceguecedor. Camisa celeste, rígida de tan almidonada, con ballenitas de celuloide. Corbata finita azul con rayas amarillas. Yo parecía (y casualmente era) de Boca. Medias blancas, zapatos nuevos Guante, acordonados, a dos colores combinados, marrón y blanco, bien de milonguero. Tales, tviln y iarmulke, los tres atributos religiosos, de la Librería Judía Sigal, todo en una funda de raso azul (220 volt.) haciendo juego con con el traje.
¿Qué menos para su groiser butz pero tan sheiner íngale? Yo era alto pero así, disfrazado, parecía un clown enano..
Me tomaron la típica foto sepia con todos los adminículos puestos. Con las orejas totalmente coloradas, apantalladas por el corte media americana, peinado con Glostora, apoyado en una columna de madera del afamado estudio de Schein & Bianchi. Se hicieron copias encarpetadas para envío a (y envidia de) los parientes de Eretz Israel, Brooklyn y Tartagal. Todo lo mejor de lo mejor.
.Continué mi ardua preparación con el lerer Mordejai Veisijvus. El maestro venía a casa sudoroso, con aroma pédico a 'Fun Di Zeklej', portando cansinamente su baqueteada valija de cartón marrón, donde llevaba los libros, medio pan Goldstein, un bursht con ajo acompañado por tzíbalej: dos o tres cebollas. ¡Ah!, y un paquete de pastillas de menta D.R.F., que nunca abrió. Mi hermanita y yo nos disputábamos el privilegio de ir al encuentro de su sapiencia en el segundo turno, cuando sólo restaba esperar su estereofónico greps final.

Únicamente me faltaba memorizar mi discurso de circunstancias: "Joshuve fraint un umzístzike fresers, etc.". Lo iba a recitar en ídish como un loro -no sabía lo que decía-, luego de la ceremonia en el Shnaidersher Shil, la sinagoga de la calle Lavalle, al lado del colegio Quintana, mientras los diez gerontes integrantes del cada vez más raleado grupo de rezos de las 7 a.m. engullían los knishes de papa y el leikaj de miel -caseros, obvio- y agotaban el shnaps de la ineludible botella de ginebra Bols. Concluido el tocante ritual, ya era yo un judío genuino, hecho y derecho. Al sábado siguiente canté en un casamiento, cambiando la corbata por un moñito, pero ya no como nene prodigio sino como un shmok con voz finita en vías de cambio.
.Orondo, exultante, al día siguiente inicié mi travesía por la adultez.

En Plaza Once, cercana a mi casa, en la Recova del Hotel Marconi fui a comer mis amadas empanadas fritas. Y como ya era grande, acompañadas por vino moscato. Una empanada, dos, y en la tercera la fatalidad. Había olvidado que ésas eran las que se llamaban "empanadas de pata abierta", porque chorreaban la grasa veterana en que habían sido fritas. En la tercera de carne picante, obnubilado por los efectos del segundo moscato, bajé la guardia. Mordí con energía la maledetta empanada, y saltó esa grasa infame hacia la solapa izquierda del flamante e inmarcesible traje azul tsunami, casi al lado del bolsillo de donde asomaban las rígidas cuatro puntas almidonadas del pañuelo blanco.

.¿Cómo podía volver a casa y enfrentar así a mi mámeniu, que con tantas privaciones y sacrificios (como ella decía) me había comprado ese portento de elegancia?
Regresé subrepticiamente, como un ratero. Por suerte, no había nadie. Recordaba que mi hermana decía que las manchas aceitosas se quitaban absorbiéndolas con calor. Y mi hermana sabía. Vaya si sabía...

Armé la tabla y enchufé la plancha. Coloqué prolijamente la solapa del trágico saco azul eléctrico sobre la tabla y busqué, desesperado, papel secante (en esa época, la de la pluma cucharita y tinta azul, aún se usaba). Ante la ausencia de papel secante, reflexioné: buen sustituto será el papel higiénico doblado tres o cuatro veces. Fui al baño. Sólo restaba un trocito.

.Ni pude doblarlo. Lo puse prolijamente sobre la ominosa mancha, y encima la plancha caliente. Estaba inquieto. No podía esperar un tiempo prudencial. Por eso, entretanto, aproveché para hacer alguna de mis otras tareas, todas ellas, a mi necio criterio, importantísimas...

.El humo que invadía toda la casa me advirtió que algo andaba mal. Oy vey. La plancha ardiente había atravesado el papel higiénico, la solapa, el acolchado, la tabla, y cayó de punta al piso, dejando el fatídico testimonio de la incineración hasta en los listones de pino spruce.
.Mi mame, en medio de imprecaciones en ídish y lágrimas también ídishes, amputó sin compasión las dos solapas y convirtió el saco en una especia de cárdigan, que nunca llegué a usar, aunque ella insistía.
.Quedé traumado. Desde entonces las empanadas ya no son de mi predilección. Aunque sean caseras y cocinadas al horno.
.Además, me tuve que comprar de apuro, en la calle Libertad, un saco smocking de segunda mano. Era lila con solapas violeta, un poco grande para mí, pero "muy prestigiante para un 'muchachitele' joven y buen mozo como usted".
Había pertenecido -según me convenció el astuto y adulador paisano de la compra-venta- ni más ni menos que a Francisco Canaro...
(Collages: L.V. - Se autoriza su reproducción)

sábado, 21 de noviembre de 2009

The Klezmer Singer Globalizados (3, fin)

(Collages: L. V. - Se autoriza su reproducción)

Todo el mundo los escuchaba sorprendido por su originalidad, pero exigía también verlos en vivo. Y ahí iban. En Las Vegas los anunciaban con luces de neón. ¡Como no marearse si un astro de la talla de Sammy Davis Jr. -petiso, tuerto, ñato, jetón, negro y, para colmo de todo ese bizarro descalabro, judío- les rogaba, por favor, fotografiarse con ellos?
Imagínense: Paul Anka les pedía temas klezmer y Sinatra, al escucharlos, comenzó a reconsiderar su propio repertorio.
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Hasta dieron conciertos acompañados por la Sinfo-Filarmónica de Tel Aviv en las ruinas del Coliseo Romano, vestidos de riguroso frac.
(Muchos años después los tomaron de modelo ni más ni menos que Pavarotti, Domingo y Carreras, "Los Tres Tenores", y los copiaron actuando en las Termas de Caracalla).

Después de grabar veintipico LP de vinylo, (varios ganaron discos de oro, platino, plomo y hojalata) el repertorio se les estaba acabando. Necesitaban material nuevo. De a poco fueron agregando canciones de moda. Craso error. Automáticamente dejaron de ser originales.
Ya eran ciudadanos globales. Sus vidas transcurrían de ciudad en ciudad (únicamente las top), de avión en avión (first class), de hotel en hotel (five stars), pero llegó el momento en que las clásicas nostalgias tangueras los embargaron. Pero, principalmente, los embargaron varios productores defraudados por el cambio de estilo.
Todavía con aires triunfadores volvieron a su Buenos Aires Querido. Pero el 'ángel' del klezmer se tomó su desquite. Como decía el gran filósofo Olmedo, 'los mató la televisión en colores', que ya había llegado. En el Once había coreanos. El local donde estaba el Comercial era un 'fast food'.
Sólo quedaban los long play que seguían escuchando devotamente en el viejo Wincofón sus ya seniles fans de Villa Crespo y aledaños. Esos fans los nombraron Socios Honorarios de Atlanta.

Cantaron ahí, en la cancha de Atlanta, a beneficio del Asilo de Burzaco, volviendo al estilo klezmer de sus remotos comienzos. Pero no pasó naranja.
Pasaron a ser una leyenda, míticos artistas de culto. Más añosos y canos, los Singer se juntan hoy en el "San Bernardo" de Villa Kreplaj, para tomar un tei con límene, ahora en taza y con sacarina (ya no existen los vasos de vidrio con guarda griega ni el azúcar en
cuadritos), acompañado por inofensivas y blandas vainillas remojadas, y a jugar a la generala canturreando "Zug ¿far vus?'" ('Dime, ¿por qué?')
¿Por qué..? Porque ¿quién les quita lo cantado?
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Además, planean su regreso. Lo harán para celebrar sus 40 años con la música y la merecida jubilación.
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Bah, cualquier excusa es buena para chapar un manguito. Si lo hacen Soda Stereo, Vox Dei, Alma y Vida, Piero, Los Plateros, Leo Dan y tantos otros veteranos, ¿por qué no los Klezmer Singer?
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Post Scriptum: Deberán apurarse, antes de que lo hagan sus imitadores, "The Jazz Singer" que, como los Tres Mosqueteros, eran cuatro...
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Más vale tarde que nunca:
A Jerry, un klezmer goy,
muy bienvenido hoy.
21-11-2009

viernes, 20 de noviembre de 2009

The Klezmer Singer, en camino...(2)



Los arreglos eran aceptables. Las voces del trío, afinadas. ¿El repertorio? Todos clásicos de seguro impacto en los corazones de los oyentes. ¿Oyentes? Pocos: la familia y algunos amigos (no todos). Por eso, al par de meses de debutar en vivo en la radio -gratis, claro- , ("-¡Van a ver cómo los llaman para cantar en fiestas, muchachos!", les auguró 'Miqui' Steulerman, el 'alma máter' creador-propietario-director de la Ídishe Shu "Vida") se reunieron otra vez en el 'Comercial', -único lugar donde les fiaban- y resolvieron que, si nadie los había contratado hasta ese momento, no valía la pena insistir.
Saliendo de su depre y del Lexotanil, el que saltó eufórico esta vez fue Mordje:
-¡Ya está! ¡Tengo una idea genial! ¡Tenemos que hacer lo que está de última moda! ¿Vieron a esos shmendrikes nuevos del...¿cómo se llama? ¡El Club del Clan! ¡Ritmos modernos, alegres! Cumbias, congas, sucu-sucus, baiones, guarachas, chachachás. ¡Matamos, muchachos, matamos! Pero, si no me tienen fe... ¡sonamos!
Le tuvieron fe. Pero claro, como siempre, apareció una dificultad. Tenían tan metida en el alma la música klezmer que decidieron cantar "A Ídishe Mame" como baión, "Iánkale" en ritmo de sucu-sucu, "Beltz" en chachachá, y cometer descaradamente varios delitos musicales más.


Cuando escucharon este nuevo y desesperado intento, los echaron espantados de la radio ídishe por las airadas protestas de los pocos y por eso aún más estimados oyentes. Pero ¡oh milagro!, Ben Brehner, alias "Premolar Ardiente", un veterano y sagaz promotor que los oyó por pura casualidad, haciendo zapping radial, les propuso intentar una gira por los Barrios Porteños, que en esa época Alberto Castillo, al cantar, decía exageradamente que eran Cien.

Los shvartze púndikes que iban a bailar a los Clubes Sociales y Sportivos los oían atónitos, y no entendían ni un zotto. Pero lo que hacían los Klezmer Singer era para ellos, por lo menos, novedoso. De ganar apenas para un capuchino con una ensaimada pasaron a gozar del éxito. Modesto, pero fulminante.Era de no creer.
Hasta las barras bravas en las canchas de fútbol, masticando los pegajosos caramelos arrancamuelas que vendía el flaquísimo, mítico y universal "Chuengaááá...", hacían la ola coreando "Main Ídishe Mame" al ritmo de carnavalito del bombo del Tula.
Eso sí: con la letra cambiada, irreproducible, descalificadora a más no poder, dedicada gentilmente a la madre, la 'no-ídishe mame', del réferí y, ¿por qué no?, a la hinchada contraria.


Delirio, era un delirio. Giras, radio, televisión (aún en blanco y negro), bailes (aún no se hacían megarecitales en las canchas de fútbol), grabaciones en Radio León, autógrafos, reportajes, historias cholulas apócrifas en Radiolandia y Antena. (Aún no existían Caras y Gente)
Hasta los llamó desesperado Don Jaime Yankelevich, pero se dieron el lujo de no darle bola.
Los 'klaltiers', los dirigentes de la colectividad, se mordían los codos por no haberse percatado a tiempo qué joyas en bruto eran esos imberbes klezmer. Resentidos, echaron a rodar rumores descalificantes. Que bastardeaban las sagradas melodías ancestrales. Que les ponían ritmos goy. Que eran una vergüenza para la cole. Que no eran judíos genuinos. Que habían borocoteado miserablemente los Templos por La Enramada. Etc., etc., etc. Pero a Mordje, Leibl y Reuben les importaba un pito (con bris). Seguían imperturbables su camino a la gloria total.

(Continuará)
leovigoda@gmail.com



















































jueves, 19 de noviembre de 2009

La leyenda de "The Klezmer Singer" (1)

-Les digo la pura verdad, muchachos:
yo me lo comí...- dijo melancólicamente Mordjele Brentshtein. Corriéndose el sombrero para atrás, se inclinó para tomar un sorbo del hirviente tei con límene que le había traído el cansino mozo del "Bar Comercial".
Se quemó la mano izquierda con el vaso de vidrio finito con guarda griega que había alzado, como se acostumbra, con su dedo gordo en el borde y el dedo medio en la base. Se le cayó el cuadrito de azúcar que había puesto en la comisura de los labios para tomar 'a la rusa', prikusky, y se bañó con té.
-¡Menos mal que me mojé el pantalón y no me incineré la gola! ¡Esta noche tengo, por fin, una ceremonia en el Italia Unita!
Manolo, el veterano mozo callorda, habituado a esos percances, le alcanzó su ajetreado repasador para enjugar el estropicio. Don Alter Parkovsky, el dueño del 'Comercial', dejó por un momento la alta banqueta/trono detrás de la caja, y acercó su voluminosa humanidad hasta la mesa ubicadad bajo el gran ventanal.
-¿Nú, Marquitos? ¿No quiere Pancután? ¡Traele, Moñoel!
Mordjele, el pelirrojo, -por ello bien apodado 'El Roiter'- estaba sentado en la mesa de siempre. La de los tres cantantes, los tres jazunim, cantores litúrgicos sin sinagoga propia. Sobrevivían con algunas ceremonias de casamiento en salones de fiestas, bajo jupás. Eran temblequeantes tolditos portátiles con seis lamparitas mignon, (una en cada punta de la Estrella de David bordada en el techo) sostenidos los cuatro palos por voluntariosos con kipá. El acompañamiento musical estaba a cargo de los klezmer de turno. Dificilmente se ponían de acuerdo en los tiempos o tonos, pero esa era una cuestión menor. Lo fundamental era "Empezar y terminar juntos. Lo del medio no le importa a nadie", como aseveraba el ingenioso y escéptico director inglés Sir Thomas Beecham.
Su otro rebusque era caminar -cantando quejumbrosamente 'a capella'- hacia las tumbas, encabezando desgarradoras comitivas familiares. Sí: eran también 'muleros', es decir, rezaban 'mules', oraciones por los difuntos. Iban vestidos con tétricas capa y mitra negras, con cara de circunstancias, en el "Triángulo de las Necrópolis": Tablada, Ciudadela y Liniers.
Superado el incidente del té abrasador, Brentshtein reanudó la charla interrumpida con sus dos cabizbajos jóvenes colegas.
-Yo me lo creí cuando el chanta ese de la Cooperativa me dijo que proyectaban construir varias sinagogas. Ahí seguramente tendríamos laburo fijo. Pero ya es tiempo de darnos cuenta de que eran piste maises, puros cuentos.
Leibl, el de la voz de bajo, cariacontecido dió su opinión: -Esto no va más. Llegó el momento de largar todo, y a otra cosa. Mi suegro insiste para que deje estos foile shtik, estas pavadas, y vaya a su sedería. Y voy a ir, má'sí.
Se produjo un hondo y cruel silencio huraño, que quebró tímidamente Reuben, el único de los tres que había terminado el Seminario.
-Tengo una idea, muchachos-, dijo y esperó a que le prestaran oreja.
-¿Vus?- le interrogó Leibl mientras prendía un Fontanares sin filtro.
-¿Y si en lugar de ceremonias en jásenes de mala muerte nos dedicamos a lo popular? Pero en trío ¿eh? Los tres juntos.
-¿Estás mishigue, vos?
-No, en serio che. Preparamos Beltz...Royinkes...Papirosn...Zug far vus, qué se yo. Cinco o seis más, a tres voces, y vamos a la radio, a la Ídishe Shu. Peor no vamos a estar, y por lo menos seguimos en la música y ganamos unos mangos haciendo shows en fiestas.
Se miraron los tres, pensativos. A los pocos minutos uno de ellos exclamó eufórico: -¡Manolo, traé tres biskys (sic) con hielo para brindar! ¡Y anotalo!
Pasaron un par de semanas eligiendo el repertorio. Tres ensayando. Otro par discutiendo el nombre y, por fin, parieron "The Klezmer Singer". (-Che, con ese nombre ¿no creeran que vendemos máquinas de coser?-, fue lo único que objetó Mordje).
(Continuará)

viernes, 13 de noviembre de 2009

"En el Principio fue el Klezmer"

... y en el Final También.

"Klezmer" es la música judía originaria del este de Europa. Esta palabra está formada por 'kley', (instrumento musical) y 'zemer', (canción) y es también el nombre genérico de sus intérpretes.

Buscar hoy a Finstererloj en un mapa, será infructuoso. Era una aldea perdida en la Galitzia polaca, igual a tantas otras. Pero ya no está. A comienzos del siglo pasado tenía sinagoga, rabino, y podía formar sin dificultad un minián, es decir, reunir diez hombres para rezar cotidianamente. Esos humildes judíos piadosos ejercían en Finstererloj los oficios elementales, y varios de ellos, en sus pocos ratos libres, tocaban diversos instrumentos. Eran klezmer para su propio regocijo. De vez en cuando, para ganar algún groszy más, solían ambular llevando su música y su alegría a cualquier aldea de los alrededores que los convocara porque tenían algún festejo.

.El peluquero Burak, enjuto y lánguido, era uno de esos klezmer. Esa noche trancó la puerta de su precaria cabaña de troncos y se sentó en el único banco de madera. Afuera ya estaba oscuro y caía una rala pero insistente nevisca. Aunque tiritaba de frío, pues ya no tenía más leña, secó el sudor de su frente y el tafilete interior de la vieja gorra con el pañuelo. Miró la tijera, el peine y la navaja. Las había dejado justo al lado del violín. Ahí estaban, juntas, las prolongaciones de sus manos: su oficio de barbero y su alma de músico.


Burak suspiró hondo, con un krejtz. Hoy no había atendido a ningún cliente. Ergo, hoy no tendría qué cenar. Así que iba a aprovechar para practicar un rato. Acarició las cuerdas, tomó el violín y apoyó su barba en la mentonera. Afinó lo mejor que pudo y pasó el arco ida y vuelta. Se notaba que a las crines les faltaba resina. El último trocito se le había caído entre la tierra apisonada sobre la que bailaban los invitados al último jásene, el casamiento de Rújale y Shloime. Con un poco de mazl, su parte de lo recaudado serviría para comprar un buen pedazo de resina. Uno entero, para afinar todo el -su- futuro. Gracias a Dios, el ricachón del pueblo celebraba el bar mitzváh de su hijo mayor. Eso sí: siempre que, como único pago, pasaran la gorra entre los concurrentes...

A Hershl, el pastor de cabras, las pocas que poseía lo seguían a todos lados. Incluso dormían con él en su modesto sucucho. Así olía. No le faltaban tzures al desgraciado Hershl. En un descuido suyo, en la última actuación, algún vándalo pisó la vara de su viejo trombón.

. Enoj, el herrero y bombista, dejó de lado por un rato al caballo percherón que estaba herrando. Tenía que desabollar el trombón de Hershl antes del sábado. El herrero era fornido, de grandes brazos que acallaban relinchos a trompadas. Bajo el sombrero, que raramente se sacaba, Enoj tenía puesto el iármulke, y no pocas veces los flecos del tales, su manto ritual, se le chamuscaron en la fragua. Enoj no le cobraba a Hershl. A cambio podía pedirle un pellejo de cabrito para su bombo, si se le rompía.

Entretanto Burak, el peluquero, ensayaba marcando el ritmo con sus botas agujereadas. Quizá podría ponerles suelas nuevas con lo que ganara el próximo sábado. Yosl, el remendón, también era un klezmer. Sólo le cobraría el cuero.

Yosl, el zapatero, intentaba tocar el clarinete. Al mirar su vestimenta llena de parches se entendía por qué no le era posible traer de Varsovia cañas para la embocadura de su instrumento. Cómo sucedáneo, las tallaba artesanalmente con el mismo cortante que usaba para las suelas. No sonaban igual, pero...

Burak tocó unos compases de un melancólico nign. Lo deprimía. Entonces cambió por un alegre freilaj. Eso sí le levantaba un poco el ánimo. Estaba él solo con su violín: no había nadie que criticara su dudosa afinación. Su alma, gris como el crudo invierno, fue iluminándose.

Mordejai, el sastre, mientras cosía o cortaba, cantaba. Según el día y el ánimo, sotto voce o alto, algo tristón o algo alegre.
Ya había poca luz. Dejó de cantar y también dejó a un lado la aguja y la cinta métrica. Miró hacia afuera por encima de sus pequeños pero gruesos anteojos. Sacó de entre su espesa barba los alfileres que se caían de sus labios cada vez que suspiraba ¡Oy vey! Aunque le urgía entregar el traje del muchachito que haría el bar mitzváh el sábado, necesitaba un poco de música.
Sopló para desempolvar el acordeón, y rogó que su mujer no estuviera al acecho. Para ella, que su marido descuidara el trabajo por el klezmerai era una lastimosa pérdida de tiempo. Y que se juntara con esos cuasi mendigos, una vergüenza.
Ya su padre, próspero sastre, visionario él, le había advertido: "-Janche, hija mía, un klezmer no tiene porvenir. Es, y será, un shleper, un pedigüeño". Ella insistió, ilusionada. Así fue como su padre, escéptico, le enseñó a Mordejai su oficio para que su hija no pasara penurias. Inútil: como shnaider mediocre que era, el klezmer sigiloso pasaba penurias. Janche y sus tres hijos, también.


La gente de Finstererloj estaba orgullosa de tener en esa noche de sábado su propia Klezmer Band. Se hacían oír desde lejos, y hasta superaban a las campanadas de la capillita en cuyo portal
se sentó a descansar la viejecita Sure. Un pañuelo anudado cubría sus cabellos blancos.
Portaba, encorvada, un madero con dos baldes de leche recién ordeñada en sus extremos.
No había sido invitada a la fiesta.
Excepto Sure, todos los judíos de la aldea estaban reunidos.
Un salvaje pogrom cosaco irrumpió en pleno festejo y arrasó con la alegría, devastando, matando, saqueando. Nada quedó de Finstererloj. Sólo restos humeantes... y Sure, espantada.


Sure agradecía a Dios que ésa, raída, fuera su única vestimenta. Era el motivo por el que no la habían invitado a la última, trágica fiesta. A eso le debía el estar con vida.


Noviembre 2009

































































































































































lunes, 9 de noviembre de 2009

Un Casamiento... (4, final 'Bonus Track)

Pero faltaba una sorpresa. ¡Hacían su irrupción "Los Tréboles", gran show de 'Carnaval Carioca', dirigido por Fernando con su acordeón!

'Mamá eu quero', Cachaza', '¡Ey, vocé ahí, ¿Me da un Dinheiro a Mim?', provocaban la euforia de los danzantes, que se arrojaban con naïf e inusitada agresividad, abundante papel picado y serpentinas, soplando pitos y spantasuegras.
El 'encargado' del salón despotricaba: "-Y ahora, ¿quién barre esa mugre, eh?"

A las tres de la madrugada ese mismo gruñón empezaba a hacer guiños con las luces para anunciar que se terminaba la fiesta... salvo que le dieran una propina tarifada a tanto la media hora, para permitir que el festejo se prolongara un rato más.
Igual, poco a poco, el jásene iba languideciendo. Alguna madre advertía a su núbil hija: "-Tené cuidado con ese. Te aprieta demasiado. Tiene cara de colado goy".
Los reventados padres empezaban a cargar a sus respectivos destruídos infantes dormidos, que tenían aún la cara coloradota marcada por la esterilla de su improvisada cuna thonet.
La madrina instaba, dispendiosa: -¡"Nem a pékale far di kinder, llevá un paquetito para los chicos, de tanta comida que sobró! Meitre, ¡todo el resto me lo carga en mi coche!

En el pasillo de salida, en larga fila, esperaban su propina todos los mozos, las sarvern, el Portero, el Encargado, la Señora del Baño, la Señora del Guardarropas, y varios más.
Pero, al salir a la calle, los invitados se topaban con alguien insoslayable que nunca se daba por vencido. Era un inolvidable personaje de quien creo que nadie sabía el nombre ni de dónde venía.
De edad inescrutable, unípede con muleta, gorra, barba hirsuta, anteojos culo de botella, pucho apagado y húmedo pegado en el gruesísimo labio inferior. Reclamaba estentóreamente en ídish que le correspondía una generosa retribución,
porque él, él solito, había montado guardia toda la noche para custodiar la fiesta, la vereda, los autos, la puerta, y que no se colara nadie...
-nadie más que aquellos que lo sobornaron-. Dios está en todas partes al mismo tiempo. El rengo, también.
Así eran los casamientos "de antes". Los de ahora, ¿son muy diferentes?
De aquellos sólo quedó, en el fondo de algún placard, el álbum de fotos en blanco y negro, sujetadas con esquineros dorados sobre cartulina gris, protegidas con papel araña transparente. Sueltas, están las fotos de la luna de miel, posando entre los lobos marinos de la Bristol.
Sirven para ser mostradas a los nietos -que se divierten como locos-, pero cuando por fin llega ese momento, generalmente, ¿cómo explicar quiénes son esos parientes con caras y ropas antiguas? Si ya son un montón de "borrados"...

Hay una etapa intermedia: los videocassettes VHS, que sólo son vistos por las bobes, ya viudas, vestales de la saga familiar. Ellas aún conservan las viejas videocasseteras. Algunas, inclusive funcionan. (Las casseteras, no las bobes). En melancólicos domingos solitarios pasan los videos de cada casamiento, cada bris, cada veraneo en Miramar, Necochea o Piriápolis. Y lagrimean bajito por lo que fue...
De los casamientos actuales quedan 1200 fotos color 25x30, los DVD del civil, la ceremonia, la fiesta y la luna de miel en Tailandia, Tonga y Shmonga. Se los ve montados en elefantes con cara de pánico, (los novios y el elefante).
Me pregunto: ¿también irán a parar, finalmente, al fondo de algún placard, esperando que los desempolven los nietos? ¿Habrá todavía aparatos para pasarlos?
Ya ocurre ahora con los Winco.
Los VHS y los DVD, seguramente, serán antigüedades carísimas en San Telmo.
Y bueno, basta la salud, af simjes y... ¡Good Show!

martes, 3 de noviembre de 2009

Un Casamiento con Klezmer (3)

La orquesta se partió en dos. Una mitad de los klezmer bajó con todos sus bártulos al subsuelo para amenizar la cena y se ubicó a los empujones en un rincón, sin tarima, sin piano, sin micrófono, sin nada. La otra mitad quedó en el salón principal, para que 'la juventud' bailara baiones y bugui-buguis, rumiando de hambre. 'Bill Haley y sus Cometas', -con el novedosísimo 'Rock del Reloj'- eran la nota moderna.
Entretanto, en las mesas ya no quedaba ni un pancito, ni rastros del rojo jrein picante. Por eso, 'Leven anclas', la marcha ejecutada con tutti por los klezmer, sonó como trompeta celestial. Celestial era el aroma a cebollita frita del pescado al horno y el guefilte fish que traían en alto los mozos en fuentes humeantes, marchando marcialmente enfilados.
Espiando por la puerta de la cocina, frotándose las manos en el fartej, el delantal, las obesas cocineras, las sarvern, festejaban la unánime aprobación a sus creaciones. Enseguida corrían a dar el último toque a los canelones 'a la Rossini', antes de que se quemaran.

Sin suspender la masticación, con la boca llena, los concurrentes coreaban las viejas canciones, pero también las nuevas que se habían incorporado después de la Guerra Mundial, la "Shoá", y la creación del Estado de Israel. Partizaner Himn, Haganah March, Hava Naguila o el himno Hatikva. Luego vino 'Granada' de Agustín Lara, que siempre era un éxito cantado. Cantado por un macizo tenor de esmoquin y bigotito. A voz en cuello, sin micrófono, para que se pudiera apreciar su potencia vocal.

Durante el respiro hasta el segundo plato, los comensales releyeron por enésima vez el Menú. Textualmente: "Primer plato: pescado relleno y/o al horno, con jrein, Segundo plato: canelones alla Rossini. Tercer plato: Cuarto de pollo al horno y/o hervido, con farfalej. Postre: Cassata de Saverio. Café con petit fours. Brindis: Torta de Bodas con sidra La Farruca. Bebidas: Bilz, naranjín, soda, cerveza, vino fino Vasco Viejo blanco y tinto, ginebra Bols y licor 8 Hermanos."

Duvedl Raijerman, un kaptzn laburante al que por fin habían invitado a un casamiento, hoy justo tenía dos en la misma noche. Él y su famélica familia embuchaban desesperados, pero sufrían pensando en que, quizá, les hubiera convenido ir al otro casamiento, donde sería mejor el menú. Pero en todas las fiestas el catering era idéntico. Sólo, y pocas veces, eran otras las marcas del helado y la sidra.
Es por esto que el viejo refrán dice: "Mala suerte es la del judío pobre al que invitan a dos casamientos en la misma noche. Y, para peor, tiene que hacer dos regalos..."

Ya al servir el pollo iban trayendo la casatta porque se estaba derritiendo. Para ganar tiempo los mozos urgían a los del primer turno, porque se les venía el recambio de fresers. Las sutiles exhortaciones no surtían efecto. Los novios iban retirándose. No todos captaban la onda, haciendo una odiosa sobremesa fumando. En ese caso los mozos retiraban los manteles manchados de jrein, vino y salsas varias. Los sacudían ahí mismo, los extendían de vuelta, y justificaban: "No vale la pena cambiarlos. Los jóvenes quieren comer ya. Un mantel shmutzik no les importa ni medio..."
De regreso en el salón principal, -con escala intermedia en el toilette- las señoras con complicados peinados construídos a fuerza de ruleros y fijados con cerveza, (desde la mañana con un pañolón para poder salir a la calle...) ya estaban a punto de explotar. Aflojaban las fajas efecto photoshop y se sacaban, con suspiros de alivio, los zapatos taquito aguja nuevos, forrados con la misma tela de los vestidos de lamé dorado. Al rato, descalzas y bufando, reprendían infructuosamente a los infantes sudorosos que pateaban chapitas corriendo por el salón de punta a punta. Los vencía el cansancio, con las mejillas coloradotas y el pelo desgreñado. Los monstruítos, vestidos de camisa con alforzas salida del pantalón corto de pana con tiradores, moñito hecho un colgajo y medias caídas, eran puestos a dormir entre dos sillas thonet de esterilla, ahogados por el tapado de nutria salvaje de la madre. Los raspadísimos zapatos de charol recién estrenados quedaban en el piso lleno de servilletitas de papel enchastradas, canapés mustios medio mordidos y puchos aplastados.
Los padrinos y los familiares, que habían alquilado un sofocante esmoquin en Casa Martínez, iban abriéndose el maldito cuello duro.
Todos juntos ahora, los klezmer tocaban tijeras, polkas y, en un alarde de modernidad, 'La Cafetera' de Nicola Paone, 'Salud, Dinero y Amor' y 'El Bugui de los Patitos'. Los fueyes, 'El Choclo' y 'Por Cuatro Días Locos', el best seller de Alberto Castillo.