domingo, 23 de mayo de 2010

"Les KlezmerS" y sus Instrumentos Anormales

La historia de "Les KlezmerS" es como un cuento de hadas en ídish. Comenzó hace más de cuarenta años y continúa aún hoy. Un verdadero récord.
Allá por los '40 la Estudiantina SHA, que lideraba el 'Negro' Derasner, era una actividad tradicional en el club Hebraica. De tímidos comienzos, año a año se había ido convirtiendo en una exitosa comedia musical a la que dedicaban sus esfuerzos socios con mucha voluntad y algunas condiciones. Había entre ellos pretendidos actores, bailarines, cantantes, humoristas, músicos. Todos, aficionados. Algunos, con el tiempo, se convirtieron en profesionales.
Los que componían la orquesta llegaron a destacarse. Eran cinco pibes y hacían sus primeras armas.
Distrayendo tiempo de sus estudios en el Sholem Aleijem, intentaban dominar sus instrumentos. No sólo tocaban piano, batería, guitarra, clarinete y violín, sino que intervenían en pasacalles humorísticos. La impericia era compensada por el caradurismo.
Con el correr de los años las Estudiantinas fueron languideciendo, pero el quinteto perseveró.
La experiencia adquirida la volcaron en un modestísimo pseudo show judío, en el que mezclaban música klezmer con humor en ídish. Fue así como, con naturalidad, surgió el nombre: "¡Oy vey, Les KlezmerS!". Sonaba exótico y europeo. Bah, por lo menos sonaba. Al poco tiempo le quitaron el "¡Oy vey!". Sonaba también, pero menos dramático.
Los neófitos artistas trataron de perfeccionarse y agregaron otros instrumentos nuevos, producto de sus delirios. De a poco, también, cada uno fue asumiendo un papel en el grupo, a saber:
Charly Lokshn Puchkin, por ejemplo, era una especie de monaguillo judío que asistía al oficiante del Templo de la calle Murillo. De ahí su remoquete: "El Monaguillo de Murillo". De vez en cuando el 'jazán' le permitía dirigir el coro, especialmente cuando ensayaban los Maitines Canónicos. Como valor agregado, Charly frotaba el violín.
El caso de Georgy Maronchik era distinto. Provenía del folklore telúrico. Lo dejaban cantar, a cambio de un par de tintos, en una peña mistonga, acompañándose con una guitarra prestada, más mistonga aún. Más o menos, según su mamá, prometía.
Mordje Mundshtein tenía una extraña voz, muy profunda y engolada. Era el 'speaker' en las transmisiones radiales de las zarzuelas españolas del Teatro Avenida y Goyescas, pero no lograba que lo dejaran cantar. Para consolarse, imitaba voluntariosamente el sonido del clarinete soplando un kazoo y era un aceptable ejecutante de vuvuzela.
Cachke Nudñik Cortsky era muy precoz. Ya en el kindergarten, en 1935, se las ingeniaba para tocar Mozart en el descangayado pianito de juguete de una octava. Por su exquisito y exigente oído absoluto -precursor pero muy superior al de Charly (García)- se quejaba siempre por la obvia desafinación del precario instrumento. Al cumplir tres añitos, Nudñik comenzó a estudiar Dirección de Catering, Piano, Solfeo y Composición de Textos en Frío con el muy riguroso Maestro Scaramuzza. A fuerza de reglazos en la punta de los dedos lo sacó bastante bueno, pero con sus dedos ya irreversiblemente mochos.
Dany Rabtshteiner, apodado "Nenete", merece mención especial. Sus progenitores querían que continuara la tradición boticaria familiar. Les dio el gusto. Estudió farmacia para que no lo hincharan más. Se recibió, pero frecuentemente se rajaba antes de hora del drugstore 25 horas del padre para aporrear un bombo legüero con "Los Misky-Misky del Eco Telúrico".
Los 'Misky' del Eco se disgregaron ante la carencia de eco. Y, sobre todo, porque les compró el nombre un fabricante de caramelos masticables.
Sin desanimarse, Nenete agarró la batería en la Estudiantina. De ahí al bombardino armado con un montón de latas (de duraznos Inca en almíbar, que son las más apropiadas) desfondadas y soldadas entre sí, había un solo paso. Y lo completó chapurreando chascarrillos en ídish, haciendo retruécanos, al principio sosos -luego también- con el impostado e imperturbable Mordje.
Las primeras actuaciones fueron sin propaganda ni nada, en comederos de tenedor libre, con comentarios de boca en boca de los concurrentes (sin interrumpir la masticación). Aun así, cada vez era mayor su popularidad. Por eso los llamó el obeso y calvo Emilio Flechter para que tocaran en su "Cantina Israelí" en canje por la magra pitanza nocturna. Los anunciaba pomposamente y con gran dispendiosidad en un (1) aviso mensual de una (1) columna por dos (2) centímetros en el "Ídishe Tzaitung". Eran, Emilio dixit, la "Gran Orquesta Espectáculo de Instrumentos Anormales Les KlezmerS".
Los viernes hacían de grupo soporte de "Bary Morral, su Quincho y su Trío The Gentleman". Los sábados, cuando los 'profesionales' tenían casamientos, bar mitzvá u otras yerbas similares, ellos eran las figuras centrales del show.
Habían clasificado su repertorio en dos categorías: 'kasher' y 'non-kasher'. Interpretaban temas tradicionales judíos, y también otros propios, inexorablemente en tonos menores (aclaremos que eran los únicos que dominaban).
Al principio sustraían a sus ídishe mames artefactos de la cocina tradicional judía, y los adaptaban. Ollas y lecheras abolladas varias, palanganas enlozadas cachadas varias; pesadas máquinas de hierro fundido de picar carne similares, por sus manivelas, a las de los organilleros con monito.
Vajillas de Pesaj incompletas y en desuso, de sonora porcelana inglesa; añosos termos de aluminio, de ésos con pliegues paralelos, que rellenados con 'farfalej' de Yanovsky Hnos. sonaban como una extraña combinación de güiro raspador y maraca metálica. 'Pishkes' (esas vetustas alcancías del Keren Kayemet Leisrael) rellenadas hasta la mitad con porotos de truco. Viejos candeleros de bronce, con variada afinación y variados restos de velas de colores; oxidados pulverizadores de Flit, conectados a varios 'jaliles' de distintos tonos. Y una celesta de teclas cariadas que había pertenecido a un tío medio cantor litúrgico, -bah: un "mulero"- del cementerio de Berazategui, ya retirado él.
Del 'Bar León', al que concurrían con asiduidad, porque les fiaban, hurtaron sigilosamente unos cuantos de sus tradicionales vasos de vidrio con guarda griega, para frotarlos en el borde una vez llenados con distintas medidas de té con jugo de límene (dejándolo enfriar previamente). El visionario inventor del jugo de limón "Minerva" los patrocinó donándoles una docena de envases de medio (1/2) litro, a condición de que lo anunciaran como "Único Fabricante: Racauchi".
(Continuará)
Collages: L.V.
Autorizada la reproducción del texto y collages, a condición de que no se mencione la fuente.





























































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































martes, 11 de mayo de 2010

De armenios y gitanos, de griegos y judíos

(Y de españoles, italianos, sirio libaneses, árabes...)
Afinado concierto y armonía entre inmigrantes
Armenios, gitanos, griegos, judíos. Más que diferencias, tenían muchas cosas en común. Al llegar a la Argentina sólo hablaban su idioma natal. Muy pocos tenían algún oficio o profesión. Venían huyendo de la miseria, en busca de la prosperidad. El camino más directo, casi el único entonces, era dedicarse al comercio.
Para todos ellos era una asignatura transitoriamente perdida escuchar las melodías de su lejano terruño. No habían traído registros sonoros, pero igual estaban demasiado ocupados procurando el diario sustento. Tener en cuenta algo 'trivial' como la música -en esa durísima época- les resultaba superfluo.
Poco a poco, cada colectividad se fue agrupando en sus propias asociaciones. Tras el mucho esfuerzo fue llegando gradualmente el merecido bienestar. Ahora sí tenían tiempo para festejos..
En los años '30 del siglo pasado, las canciones ancestrales comenzaron a ser fuertemente añoradas. No tenían discos de su patria, y tampoco partituras. Ni, cada etnia, músicos que las interpretaran. En los conventillos, los barrios porteños, especialmente en el Once, se mezclaban los "...sky", los "...ián" y los "...akis". Las colectividades convivían en armonía, cada una con comercios de su especialidad: telas, alfombras, ropa.
Las fiestas judías eran animadas por klezmorim casi aficionados. Uno de ellos, Leiser Wygoda, sabía -cosa excepcional- leer y escribir partituras musicales. Eso no era habitual y, por ende, Leiser era frecuentemente requerido para transcribir las canciones que aún estaban frescas en el recuerdo de los gringos ashkenazis.
Comenzó a divulgarse su habilidad. Tardó poco en llegar al conocimiento de armenios y griegos. Leiser iba pacientemente al encuentro de los ancianos, para escucharlos tararear sus canciones y pasarlas al pentagrama. Era un puro deleite para los que habían venido de Europa con su propio folclore sólo en la memoria y en el corazón.
Los inmigrantes gitanos, que se dedicaban a comerciar chatarra y vehículos usados en el barrio de La Paternal, vivían -aunque ya hubieran hecho fortuna- aferrados a sus enormes carpas tradicionales. Por boca a boca se enteraron de la existencia de Leiser. Y allí iba él con su orquesta a los surrealistas, pantagruélicos casamientos tziganos -que se prolongaban dos o tres días con sus noches- y les llevaba alegría.
Sobre grandes almohadones y magníficas alfombras diseminadas sobre el piso de tierra, en
medio de la humareda de los asadores donde se cocían insensatas cantidades de lechones, los jefes de las 'tribus' -de grandes bigotazos y aludos sombreros negros- brindaban reiteradamente por la buenaventura de los novios. Sus mujeres, de largas y coloridas faldas, cabezas empañoladas sobre generosas trenzas oscuras en las que se entrelazaban monedas de oro, y con múltiples collares y anillos, -también de oro- a pesar de la barahúnda dedicaban calmosamente su tiempo a tirarse mutuamente las cartas o a practicar la quiromancia. Infinidad de chicos jugaban correteando por toda la carpa y sus alrededores, enredándose entre las piernas de los bailarines y el cotorreo de sus madres.
Los hombres alternaban los vasos de vodka ruso, ouzo griego, pastís de Marsella y cerveza de cualquier origen. Achispados, el cansancio los empujaba a dormitar brevemente en algún rincón antes de volver a la jarana. La combinación de ajetreo, humo y polvareda, gritos, música estridente, algarabía y alcohol conformaba un alucinante aquelarre urbano. Los músicos no podíamos soltar los instrumentos ni por unos instantes: parar la música festiva era impensable. Sólo había cortísimos descansos alternados.
Al ir elevándose el nivel cultural y económico, para las Iglesias Ortodoxas Armenia y Griega llegó el momento de programar conciertos sinfónicos. En ambos casos fue, paradójicamente, el klezmer judeo/ucraniano Wygoda quien dirigió, con arreglos propios, orquestas de más de cincuenta integrantes, interpretando fielmente el rico patrimonio musical de cada colectividad.
Además, animaba habitualmente esas fiestas donde la danza colectiva era acompañada por el eufórico lanzamiento incansable de platos al piso.
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Es curioso y alentador. Las primeras generaciones nacidas aquí, para sentir que se integraban definitivamente, dejaron un poco de lado las tradiciones de sus padres inmigrantes. Pero luego se produjo lo que podríamos llamar un "puenteo generacional". Los nietos recurrieron a sus abuelos para conocer sus orígenes. Es así como muchos han vuelto a sus comunidades, integrando coros, conjuntos de bailes folclóricos, cursos de idioma e historia de sus ancestros.
La música tuvo mucho que ver con estos gratos retornos. Demostró que se puede ser muy argentino sin abandonar las tradiciones de sus pueblos originarios. Y convivir sin odiosas discriminaciones.

leovigoda@gmail.com